Saturday, June 4, 2011

Siete poemas de Umberto Saba













 Sobre la mesa

Sobre la mesa del bar donde nos sentamos 
en el verano amigo, caen las hojas 
de los árboles donde los estorninos 
se posan, prestos a emigrar.

Mas tú a mi lado tienes queridas 
esperanzas. Tienes la tristeza que te marca
de una sombra el rostro joven. Oscuro 
es mi llanto, que a los otros y a sí mismo se oculta.




Perspectiva 
 
La gente aprisa dispersa. 
                                          En la avenida 
hileras de árboles desnudos, 
al fondo allá donde se esfuman los campos, 
se aproximan –parece– hasta estrecharse.     
Y entra aquí un poco de ese cielo lila 
que turba y no consuela. 
                                           Breve tarde, 
demasiado, a la vista, tranquila.





El cristal roto

Todo se mueve contra ti. El mal tiempo, 
las luces que se apagan, la vieja 
casa sacudida por una ráfaga y que amas 
por el mal sufrido, las perdidas 
esperanzas, alguna dicha en ella gozada. 
Sobrevivir te parece negar 
obediencia a las cosas. 
                                       Y en el destrozo 
del cristal en la ventana está la condena. 





Hoja muerta

La encarnada hoja muerta 
que el viento arrastra, 
el viento y el barrendero,

–bajo el fúlgido cielo cae, ensangrienta 
con las otras la calle–

imitaría. Por náusea 
de las palabras vanas, 
de los rostros sin luz.

Pero tu voz, amable, me habla; 
haz que no caiga aún.  


 

Cenizas

Cenizas 
de cosas muertas, de perdidos males, 
de contactos inefables, de mudos 
suspiros;

vívidas 
llamas de vosotras me invisten en el acto 
que de ansia en ansia acerco a las puertas 
del sueño;

Y en el sueño, 
con los lazos tiernos y apasionados 
que tienen el niño y la madre, y en vosotras cenizas 
me fundo.

La angustia 
acecha al paso, yo la desarmo. Como 
un beato la vía del paraíso, 
subo una escala, me detengo ante una puerta 
a la cual llamaba en otros tiempos. El tiempo 
ha cedido de golpe. 
                                   Me siento, 
con los pantalones y el alma de entonces 
en una luz de fulgor; en el corazón 
se abate una alegría vertiginosa 
como el fin. 
                     Pero no grito. 
                                             Mudo 
parto de la sombra hacia el inmenso imperio.

   



Primavera

Primavera que no aprecio, quiero
decir de ti que de una calle la esquina
 
doblando, tu presagio me hería 
como una cuchilla. La sombra aún leve 
de ramas desnudas sobre la tierra aún 
desnuda me turba, casi también podría yo 
debería 
renacer. La tumba 
parece insegura ante tu inminencia, antigua 
primavera, que más que otra estación 
cruelmente resucitas y matas. 




 
Límite

Habla conmigo largamente mi compañera 
de cosas tristes, graves, que sobre el pecho 
pesan como una piedra; maraña 
de males inextricables, que ninguna 
mano, tampoco la mía, puede desatar. 
Un pájaro 
de la casa de enfrente sobre el alero 
se posa un instante, al sol brilla, regresa 
al cielo azul que lo cobija. 
                                          ¡Oh, él 
dichoso entre los dichosos! Tiene alas, ignora 
mi pena secreta, mi dolor 
de hombre junto a un límite: la certeza 
de no poder salvar a quien se ama.  



                             Traducción de José Luis Fernández Castillo

  

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